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jueves, 12 de febrero de 2009

OCOA: Un Sueño para el Turismo

Al costado del parador de Ocoa sobreviven pequeños negocios de venta de los dulces típicos de la ciudad, aunque a un precio un poco más elevado que dentro del pueblo. Son esos dulces de fabricación “casera” que marcan la identidad de los ocoeños. Son muy difíciles de adquirir, a veces, hasta en el flamante parador de la carretera de Azua.
El pan de batata, el dulce de leche, las arepas, raspaduras, dulces de naranja y de higo poseen, junto con su inconfundible pan, un sello distintivo. Todas estas delicias, en su forma “original” y a precio popular, aguardan por el visitante en la panadería de Marino González, La Ocoana, en la calle 16 de agosto.
Las carreteras que llevan al mar y a la ciudad de Ocoa están separadas por unos 28 kilómetros de asfalto, no siempre “bien sedimentado” y que, para el sosiego del visitante viven adornados por un paisaje finisecular de relieves únicos, pendientes mágicas, arroyos que se hunden en las montañas, además de casas pintorescas fabricadas todas con zinc, guano, palma cana y pintadas con tal originalidad que parecen surgir de obras de Cándido Bidó o Dionisio Blanco.
En Ocoa no circulan periódicos locales; sin embargo, las buenas noticias corren de boca en boca de sus parroquianos, acostumbrados a vivir la intensidad del momento. Llegar a Ocoa es como llegar a un paraíso desconocido, donde el hombre puede encontrarse con la naturaleza en sus más variadas formas y practicar, dentro de ella, todos los turismos y encuentros que se imagine de manera eventual, es decir, el diario o el de fin de semana.
Su ecología es una de las más ricas del país y su tierra, creada especialmente para el cultivo de vegetales y frutos menores, parece bendecida por manos sagradas. Quien recorra sus campos estará recorriendo una oportunidad de crecer como persona, porque la principal virtud del ocoeño es su bondad y su respeto hacia el visitante.
El ocoeño mira de frente a los demás y saluda con una sensibilidad muy difícil de hallar en otras regiones. De su fauna destacan los ovejos, burros y aves cantoras que completan un panorama estelar. El mamón, la guanábana, el mango, limones, naranja agria y tamarindo son algunos de los frutos que crecen en esos campos de manera espontánea, y a veces silvestre.
Pero el turismo de montaña es quizás la diversión más apasionante que encontrará el turista que decida entrar en contacto directo con la naturaleza. Los ríos Ocoa y Banilejo, los arroyos Blanco y El limón, entre otros, completan el panorama de recreo alrededor de las montañas que, a su final, colindan con Valle Nuevo y otras zonas del Centro de la Isla.
Esas aguas, limpias y cristalinas, perviven en constante movimiento. Un baño en ellas es una delicia inigualable que nadie puede resistir a disfrutar. En algunos campos de Ocoa, sobre todo en el sector Las Lagunetas, se conservan algunos referentes de la cultura dominicana, gracias a la perseverancia y al entusiasmo popular.
En esa zona, dignificada por la mano del padre Quinn, son muy famosos los rezos de María Antonia Díaz, “Toña”, quien todos los meses reúne en su morada a campesinos y campesinas para que, al conjuro de la salve, se improvisen oraciones y cantos exclusivos que llaman mucho la atención, sobre todo a los turistas extranjeros que, asombrados y admirados, permanecen horas y horas escuchando esos ritos luctuosos, cuyas letras, improvisadas, son productos del ingenio y de la fe.
Este reportaje fue publicado por Luis Beiro en el periódico Listín Diario el 11 de febrero de 2009, a quién damos las gracias por los conceptos emitidos sobre nuestra linda provincia y que estás fotos le dan la razón. Los ocoeños tenemos que explotar ese potencial ecoturístico que tenemos, con esos paisajes maravillosos que se convierten en nuestro mayor orgullo. OCOA PARAISO DEL SUR.

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