El domingo en la mañana de este fin de semana largo en Ocoa, con algo de lluvia fría, algo me levantó temprano, a pesar de acostarme tarde ese sábado cimarrón de fiesta. Me asomé a la ventana de mi casa a ver el nuevo día. No sólo vi el amanecer, vi una imagen que no daba espacio a la alegría, pero si al orgullo de ser ocoeño, donde la gente es trabajadora y se levanta temprano con la fe y la esperanza de encontrar la comida del día a día para su familia, y con el temor de caer junto a su fiel acompañante de trabajo, en la burla de un borracho amanecido que ha derrochado el dinero en alucinógenos y cosas banales que lo hagan olvidar alguna pena. Es una madre que con rostro cabizbajo tiene que llevarles a sus niños la frente en alto y la sonrisa de un día donde el tiempo no se detiene y que ha sido malo en las ventas para ella y su fiel testigo, pero bueno para el antro y el bajo mundo.
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